Manolo Pérez: diario teatral del vacío
Manolo Pérez: diario teatral del vacío
Se alza el telón. Puede verse a un tipo cuarentón desparramado sobre un sofá, frente a una enorme televisión encendida, sosteniendo en su mano el mando a distancia más grande que el espectador haya visto nunca. Por la cantidad de botoncitos que tiene, diríase que es el panel de mandos de un avión. Parece -lo está-, el hombre del sofá, muy orgulloso de su pantalla y de su mando, sobre todo de su mando. Es tan experto en su manejo que en más de una ocasión algún vecino ha acudido a él en busca de luz técnica, que cómo consultar el teletexto, por ejemplo. Manolo Pérez considera que tales conocimientos son sin duda la meta más alta que ha logrado alcanzar en su vida. Si no fuera por eso, sería una persona sin valor, una más de tantas prescindibles como van y vienen por las ciudades.
Este cuadro da la impresión de que nuestro gurú de la televisión es un mero consumidor pasivo de imagénes. Pero no. Ni mucho menos. Le gusta mucho reflexionar sobre lo que ve. Sabe que todo eso no es la vida real, aunque esté suplantándola cada vez más. En la pantalla, sin ir más lejos, solo salen cuerpos muy bien formados, y luego, en las raras ocasiones en que uno sale a la calle, se ve cada cosa... En cierta forma, eso es lo que más le gusta de las imágenes, que son una realidad mejor que la realidad. Un lugar donde todo el mundo tiene siempre los dientes blancos como perlas.
Manolo Pérez no necesita nada más allá de su sofá y su pantalla, ni siquiera el amor. Donde iba él a encontrar un amor más intenso que el que le brindan esas preciosas series latinoamericanas. Es una gran suerte no estar casado. A veces se imagina a esa típica mujer de los rulos gritándole vago más que vago que no haces ni el huevo, que estás todo el día tirado en el sofá que te estás poniendo como un tonél que... Qué horror... Una vida plena, sí señor, desbordante de sentido. La felicidad, Manolo, es una cervecita, unas patatitas fritas, un sofá, un buen partido de fútbol y un mando como este. Sí. Fundamentalmente un mando como este.
No es tonto Manolo, aunque los intelectuales se empeñen en que lo es. Desde su punto de vista, es alguien que ha logrado integrarse perfectamente en su medio, algo que a ver qué intelectual consigue. Además, ¿cual es la máxima aspiración de esos tipos tan sesudos, tan llenos de su propia importancia? ¿Eh? ¿Cuál?… Salir algún día en la pantalla y ser celebrados por la gente que la mira, claro, gente como Manolo Pérez, representante de la nueva filosofía, símbolo de los nuevos tiempos que corren y que, Dios lo quiera, barrerán todos los castillos inventados por los intelectuales. Manolo se para a leer lo que acaba de escribir y por un instante arquea las cejas, cualquiera diría que lo ha escrito un intelectual... Pero bueno, dejémonos de disquisiciones y pensamientos profundos y volvamos a lo que importa: la tele y el sofá, benditos sean.
(continuará)
Se alza el telón. Puede verse a un tipo cuarentón desparramado sobre un sofá, frente a una enorme televisión encendida, sosteniendo en su mano el mando a distancia más grande que el espectador haya visto nunca. Por la cantidad de botoncitos que tiene, diríase que es el panel de mandos de un avión. Parece -lo está-, el hombre del sofá, muy orgulloso de su pantalla y de su mando, sobre todo de su mando. Es tan experto en su manejo que en más de una ocasión algún vecino ha acudido a él en busca de luz técnica, que cómo consultar el teletexto, por ejemplo. Manolo Pérez considera que tales conocimientos son sin duda la meta más alta que ha logrado alcanzar en su vida. Si no fuera por eso, sería una persona sin valor, una más de tantas prescindibles como van y vienen por las ciudades.
Este cuadro da la impresión de que nuestro gurú de la televisión es un mero consumidor pasivo de imagénes. Pero no. Ni mucho menos. Le gusta mucho reflexionar sobre lo que ve. Sabe que todo eso no es la vida real, aunque esté suplantándola cada vez más. En la pantalla, sin ir más lejos, solo salen cuerpos muy bien formados, y luego, en las raras ocasiones en que uno sale a la calle, se ve cada cosa... En cierta forma, eso es lo que más le gusta de las imágenes, que son una realidad mejor que la realidad. Un lugar donde todo el mundo tiene siempre los dientes blancos como perlas.
Manolo Pérez no necesita nada más allá de su sofá y su pantalla, ni siquiera el amor. Donde iba él a encontrar un amor más intenso que el que le brindan esas preciosas series latinoamericanas. Es una gran suerte no estar casado. A veces se imagina a esa típica mujer de los rulos gritándole vago más que vago que no haces ni el huevo, que estás todo el día tirado en el sofá que te estás poniendo como un tonél que... Qué horror... Una vida plena, sí señor, desbordante de sentido. La felicidad, Manolo, es una cervecita, unas patatitas fritas, un sofá, un buen partido de fútbol y un mando como este. Sí. Fundamentalmente un mando como este.
No es tonto Manolo, aunque los intelectuales se empeñen en que lo es. Desde su punto de vista, es alguien que ha logrado integrarse perfectamente en su medio, algo que a ver qué intelectual consigue. Además, ¿cual es la máxima aspiración de esos tipos tan sesudos, tan llenos de su propia importancia? ¿Eh? ¿Cuál?… Salir algún día en la pantalla y ser celebrados por la gente que la mira, claro, gente como Manolo Pérez, representante de la nueva filosofía, símbolo de los nuevos tiempos que corren y que, Dios lo quiera, barrerán todos los castillos inventados por los intelectuales. Manolo se para a leer lo que acaba de escribir y por un instante arquea las cejas, cualquiera diría que lo ha escrito un intelectual... Pero bueno, dejémonos de disquisiciones y pensamientos profundos y volvamos a lo que importa: la tele y el sofá, benditos sean.
(continuará)